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Viernes 19 de Abril de 2024 - Hs
LIBROS: Los poderes de la novela Por Guy Scarpetta
01-07
En el tercer volumen de su trilogía de ensayos sobre el arte de la novela, La cortina rasgada (Barcelona, Tusquets, 2004), Milan Kundera atribuye a este género en el mundo contemporáneo la facultad de "rasgar la cortina" de las interpretaciones consabidas de los hechos para mostrar su reverso, lo no dicho en los discursos dominantes, de hacer coexistir voces en conflicto y poblar de ambigüedades nuestras certezas.

 

 

Hay un novelista contemporáneo, uno de los más importantes, que siente la necesidad de interrumpir por un instante la escritura de sus novelas para proponernos una meditación sobre su arte. ¿Debemos asombrarnos? En una época de esterilización y achatamiento del discurso universitario y de transformación de la crítica literaria en palabrería promocional, no se ve quién podría hacerlo en su lugar... Milan Kundera nos ofrece pues la tercera parte de su "arte de la novela": allí recapitula los principales temas de sus anteriores ensayos 1 con el fin de profundizarlos, completarlos, desarrollarlos, abrirlos a nuevas perspectivas. Por cierto, este libro no se presenta sino como la reflexión de un creador a partir de su propia práctica, que le permite ilustrar su estética, y sus singulares tomas de posición. Pero al leerlo percibimos que también tiene un alcance mucho más general.

En efecto, ¿dónde estamos con respecto a los discursos que dominan el ámbito de la novela? En una especie de mano a mano repetitivo y estereotipado. Por un lado, una concepción "evolucionista" elaborada en tiempos del nouveau roman y que en la actualidad va perdiendo terreno, según la cual este arte, reducido a sus mutaciones puramente técnicas, sólo tendría sentido si siguiese una línea de progreso o depuración y se alejase cada vez más de aquello que se había constituido en el siglo XIX; el famoso "código Balzac". Por otro lado, característica de esta fase actual de restauración, una especie de naturalización del código de ese siglo que trae aparejada la idea de la actual decadencia del género -esto es, por ejemplo, el fundamento del pensamiento propiamente reaccionario de un George Steiner- y que por otra parte, adoptando la falaz denominación de "novelas", autoriza la difusión de una avalancha de crónicas noveladas, confesiones noveladas, ensayos novelados, bajo la cual estamos sumergidos y que funciona como la negación misma del arte que emergió con Rabelais y Cervantes.

Ahora bien, todo el interés de las proposiciones de Kundera reside precisamente en situarse más allá de esta oposición simétrica y en definitiva cómplice, porque para él la novela es, como cualquier arte, al mismo tiempo el lugar de una invención formal incesante y necesaria y de descubrimientos no menos incesantes: de allí que la novela esté destinada a explorar ciertos dominios de la realidad (o de la experiencia humana) desdeñados por todos los otros sistemas de interpretación o representación (filosóficos, religiosos, sociológicos, psicológicos, etc), y que no podrían abordarse sino mediante la específica vía de la novela.

Un arte de pleno derecho

En todo eso hay pues una idea clave casi obsesiva: más que un género literario entre tantos otros, la novela es un arte de pleno derecho. Dicho de otro modo: desde la Antigüedad se vienen publicando "relatos en prosa", y todavía se publicarán toneladas; pero eso no tiene mucho que ver con aquello que nació con Rabelais y Cervantes y se prolongó hasta nuestros días en conquistas cada vez más amplias, al menos entre aquellos -minoritarios- para quienes esta herencia no es letra muerta (Kundera también rinde homenaje a sus pares, desde Carlos Fuentes hasta Philip Roth); y que se define por esa función de descubrimiento totalmente irreemplazable.

Considerar la novela como un arte equivale a decir que, aun obedeciendo a la historia, a su historia (que no se confunde con la historia de los historiadores ni con la de las otras artes), se abre al mismo tiempo a un mundo donde Diderot dialoga con Sterne, Joyce y Kafka se apoyan en Flaubert, Danilo Kis y Salman Rushdie resucitan a Rabelais, Fuentes y Goytisolo dan nueva vida a la lección de Cervantes. Es decir, un poco el equivalente de eso que, a propósito de las artes plásticas, André Malraux llamaba el "museo imaginario"; exceptuando el énfasis metafísico.

Considerar la novela como un arte significa también que una gran novela sólo puede ser evaluada en el contexto mundial de dicho arte; en oposición con cualquier provincialismo tanto de las "grandes naciones" -que tienden a descuidar, por autosuficiencia, lo que sucede más allá de sus fronteras- como de las "pequeñas naciones", que con demasiada frecuencia ahogan a sus creadores reduciéndolos a su cultura estrechamente local, hasta el punto de considerar traidores a los que tienen la audacia de no respetar ese límite. De donde resultan páginas deslumbrantes en las que Kundera demuestra que no se puede comprender nada del valor de Witold Gombrowicz si se lo confina a su contexto polaco; nada del valor de Kafka si se lo considera un simple "escritor de Praga". Pero donde dice también que un país como Francia, precisamente por estar convencido de que la literatura francesa se basta a sí misma (prejuicio alimentado, como sabemos, por el sistema escolar), es capaz de cometer las peores equivocaciones y los peores desaciertos en cuanto a su propia tradición 2. Una toma de posición abiertamente "internacionalista", donde en cierta medida vuelve a resplandecer la vieja consigna de Goethe: la Weltlitteratur (literatura comparativa).

Considerar la novela como un arte implica además la imperiosa necesidad de determinar de qué se desprende, a fin de encontrar su propio campo de acción. De la poesía en primer lugar, en la medida en que "el novelista nace de las ruinas de su mundo lírico" (Flaubert llega a ser Flaubert cuando rompe con el lirismo romántico de La Tentación de San Antonio); en suma, la novela no es la prolongación de la poesía por otros medios, sino la negación de la idealización poética. Esto no le impide, llegado el caso, generar su propia poesía: pero es una poesía que no aparece en ningún poema, una poesía en las antípodas de la "poesía de los poetas". La novela se desprende de la epopeya: no sólo porque nació, con Rabelais y Cervantes, de la parodia del género épico o caballeresco tratado con una sonrisa o una ironía que ninguna conciencia épica hubiera tolerado, sino también porque considera que "toda acción es problemática", lo que permite comprender, dicho sea de paso, por qué esta ruptura con la epopeya se reitera a cada momento de su historia (Flaubert contra Hugo; Hemingway o Claude Simon contra Malraux).

Por último la novela se separa de la filosofía, dado que aun cuando la novela moderna -de Marcel Proust a Robert Musil y Hermann Broch- anexó el registro de la reflexión intelectual, del ensayo (donde las situaciones son pensadas a medida que se las describe o relata), no lo hizo "ilustrando" un sistema filosófico preestablecido sino inventando una reflexión específicamente novelesca, indisociable de la ficción de la cual proviene y apuntando menos a asestar verdades que a introducir en nuestras certezas una red de dudas, ambigüedades, paradojas e interrogaciones.

Eso es tanto como decir, si seguimos a Kundera en este terreno, que nada de esto es gratuito, que la novela concierne también a nuestra experiencia del mundo y a nuestra mirada sobre él. Un día, en esa Europa Central que en la actualidad vive una restauración sobre la cual los discursos de la doxa no nos enseñan nada, le contaron la historia de un anciano, ex dignatario del régimen comunista, cuyas hijas lo tratan con desprecio aunque en realidad le deben su fortuna: de manera irresistible, es algo que lleva a pensar en Papá Goriot... De donde surge esta inevitable pregunta: ¿Nuestra época necesitaría un nuevo Balzac?

Para Kundera, el hecho de considerar a la novela como arte viene precisamente a prohibírnoslo, lo que por lo demás sólo sería otra forma -estética- de restauración. Destaca: "El arte no existe para registrar, como lo haría un espejo, todas las peripecias, las variaciones, las infinitas repeticiones de la historia (...) está allí para crear su propia historia". Lo que no quiere decir que deba convertirse en puro juego formal o abstracto, indiferente al mundo; sino que le corresponde más bien captar a la historia como una "iluminación" que permite develar ciertos aspectos todavía no revelados de la experiencia humana, justamente esas zonas de incertidumbres, indecisiones, paradojas, impermeables al discurso de los historiadores (sobre este tema hay un magnífico análisis en una nouvelle de Kenzaburo Oé). O incluso, según una metáfora que fluye a lo largo del ensayo, corresponde a la novela "rasgar la cortina" de las interpretaciones estereotipadas acuñadas por la sociedad. En ese sentido -y es algo que Kundera no dice en forma directa pero que nos permite pensar- sin duda no es casual que algunas de las novelas más importantes publicadas a comienzos del siglo XXI se dediquen precisamente a "rasgar la cortina" y descubrir el reverso o lo no dicho de los grandes relatos edificantes divulgados por el prêt-à-penser dominante: A paso de cangrejo, de Günter Grass; Desgracia, de J.M. Coetzee; La mancha humana, de Philip Roth; La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, e incluso, en alguna medida, La ignorancia, del propio Kundera...
No a las ortodoxias

Habría otras miles de cosas a evocar respecto de un libro tan abundante donde el pensamiento no deja de reaparecer, vagabundear, diversificarse. Donde las breves secuencias de una densidad excepcional obedecen a un entramado compuesto de contrapuntos, resurgimientos, ecos. Donde cada tema abordado introduce una multitud de motivos secundarios, hipótesis derivadas, reflexiones anexas ramificadas. Por ejemplo, una meditación acerca de todo lo que el status artístico de las grandes novelas se obstina en negar: las obras quedan sepultadas bajo una proliferación parasitaria de archivos y documentos; se tiende a circunscribir cualquier novela a una confesión (Kundera cita oportunamente que "Madame Bovary soy yo" es una frase apócrifa de dudosa autenticidad, lo que no le impidió suscitar un alud de comentarios) o a una crónica cuyas "claves" deberían ser descifradas (de allí ese muy cómico pasaje en el que Kundera lamenta no poder leer a Proust sin imaginarse a Albertina con bigotes, porque se enteró de que el "modelo" habría sido un hombre). O incluso, en desorden: una reflexión acerca de la manera en que la novela, al contrario de cualquier discurso dogmático, es un lugar donde pueden reunirse muchas voces en conflicto (desde Relaciones peligrosas hasta Mientras agonizo), y aun varias temporalidades normalmente incompatibles (de Alejo Carpentier a Carlos Fuentes).

Un análisis de la importancia de la composición en la novela moderna; quizás el registro de las más interesantes invenciones. Una irónica apreciación del ucase terrorista que el surrealismo oficial pronunció contra la novela en tanto novela, y la puesta en evidencia de la magnífica transgresión de Gabriel García Márquez, quien reintroduce una cierta vena surrealista (la conciliación entre sueño y realidad) en un género que la había desterrado. Un pasaje que arroja luz sobre la paradoja de los grandes novelistas de Europa Central (citemos de nuevo a Kafka, Broch, Musil, Gombrowicz), indiscutiblemente "modernos" en el campo de la invención formal, y sin embargo muy críticos con respecto a las grandes ilusiones de la modernidad -lección más actual que nunca en un período como el nuestro, donde las peores regresiones se realizan en nombre de la "modernización"-.

En resumidas cuentas, es evidente que la novela es mucho más que un puro y simple ejercicio literario. Implica una sabiduría, una actitud, un punto de vista demistificado sobre el mundo y quizás incluso una manera de vivir. Es también en esto, según él, que la novela participa plenamente de una civilización nacida en Europa a fines del siglo XVI: el rechazo al espíritu de ortodoxia tal vez en peligro en la actualidad, mientras que triunfa una subcultura planetaria que lo único que hace es marginalizar el espíritu de la novela y tiende a expulsar su ironía, su incredulidad, sus efectos de lucidez.

¿Nos acercamos a ese tiempo, profetizado por Jorge Luis Borges, en el que los buenos novelistas serán menos escasos que los buenos lectores? En todo caso, se siente que el mercado mundializado, en la actualidad hegemónico, tiene interés en que los valores de la novela sean evacuados y suplantados por la docilidad propia del Espectáculo. En suma, uno de los grandes méritos de Kundera es hacernos sentir hasta qué punto la novela, cuando escapa al status de mercadería, es un incomparable instrumento de resistencia subjetiva frente a este mundo donde, según sus propias palabras, "la estupidez comercial reemplazó a la estupidez ideológica".

El arte de la novela, Tusquets, Barcelona, 2000; y Testamentos traicionados, Tusquets, Barcelona, 2000.

 

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