Dentro de las diferentes ramas que ocupan la filosofía (metafísica, epistemología, lógica, antropología, ontología, etc.) puede que la más importante, aunque a veces parezca lo contrario, sea la ética, la encargada de estudiar los actos del ser humano y emitir juicios (bien/mal) y normas para estos. Como diría Fernando Savater en su ?Ética para Amador?: ?[La ética] es el arte de vivir, el saber vivir. Por tanto, el saber discernir lo que nos conviene (lo bueno) de lo que no nos conviene (lo malo)?. ¿Por qué decimos que es probablemente la rama más importante de la filosofía? Pues porque es una cuestión eminentemente práctica que nos acerca al objeto vital de todo ser humano: vivir bien. Ser felices. Podemos vivir ?mal que bien? sin saber de dónde venimos o adónde vamos. No necesitamos saber si nos rigen los designios de un dios, si este ha muerto o si nos gobierna un destino o una ley natural ?y no digamos ya cuestiones como ?¿por qué hay algo en lugar de nada?? (Perdón, Heidegger)?. No significa que estas cuestiones no sean de nuestro interés o que no merezcan nuestra atención. En absoluto. La merecen en la medida que nosotros queramos que así sea; no obstante, carecen de la ?necesidad? de la ética, pues es esta la categoría fundamental para estructurar esto que llamamos vida. Es curioso cómo el valor de la ética ha estado presente especialmente en los momentos más duros y convulsos de la historia de la humanidad. Caídas y auges de imperios, conflictos sociopolíticos, tensiones culturales o cambios de paradigma vitales; son momentos en los que la ética toma fuerza y emerge por encima de todo y de todos, quizá porque cuando las cosas vienen mal dadas, lo que queremos es, ante todo, saber cómo capear el temporal del mejor modo posible. Incluso la gente malvada necesita de un baremo que le permita delimitar su actuación, aunque dichos principios puedan ser erróneos o moralmente cuestionables. No se trata de que los principios que nos rigen sean buenos o malos, sino de tenerlos. Los criterios escogidos pueden ser propios (cuando nacen de nuestra propia reflexión) o adquiridos (cuando son tomados de una religión, una escuela filosófica, un contexto familiar o sociocultural, etc.), pero han de estar ahí. No importa si nos decidimos por éticas basadas en los fines (teleológicas) o basadas en el deber (deontológicas), si buscamos patrones individuales o colectivos. Simplemente, para poder vivir en el mundo adecuadamente, queremos saber qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Es una necesidad casi física ?el que nunca se haya visto metido en un dilema ético, sin saber qué camino tomar, y haya sufrido la tormenta mental que supone, que levante la mano? que nos impulsa a tomar un rumbo fijo. El ser humano no ha nacido para ser una veleta. ? JFI