Estoy viendo el lloro de una planta”, dice desde el otro lado del teléfono, con ese estilo relajado que ya es su marca registrada.
El “lloro” es un momento clave para la vid, porque es el primer síntoma de que despierta luego de haber reposado durante el invierno.
Mariano Quiroga Adamo habla un poco de lo importante que es la relación entre el enólogo y el ingeniero agrónomo, una dupla que tiene que tener tanta comunicación como el 10 y el 9 en un equipo de fútbol.
Pero rápidamente los pensamientos viajan a Salta, donde se desempeñó durante siete años como enólogo de El Porvenir de Cafayate, donde se forjó un nombre en la industria.
Llegó al Norte casi como un desconocido y, a fuerza de grandes vinos, se transformó en uno de los profesionales jóvenes más renombrados del país y que ahora está de regreso en su Mendoza natal, como jefe de enología de Bodega Casarena.
“De Salta me llevo todo, en lo humano y en lo profesional. Conocer un terroir totalmente distinto para mí fue un desafío, porque venía de trabajar en Mendoza. Al principio fue conocer, estudiar y aprender. Ahora, tras siete años de estar en Salta, me vuelve a pasar algo parecido pero con Mendoza. Se viene un período en el que hay mucho por descubrir”, dice con total franqueza.
“Pero es lo mejor que te puede pasar como enólogo. En el vino no hay fórmulas. No es como hacer una gaseosa”, agrega.
Quiroga Adamo fue, en este último tiempo, uno de los responsables de mostrar el costado más elegante, sutil y –si se permite el término- “moderno” de los vinos salteños, pero manteniendo ese carácter indeleble que sólo tienen los ejemplares del Norte.
Ahora, el desafío es comenzar a recorrer los viñedos de Luján de Cuyo, donde Casarena posee más de 160 hectáreas plantadas en cuatro fincas (una en Perdriel y tres en Agrelo).
Pero lo vive sin presiones
“Vengo de trabajar mucho tiempo en un terruño como el de Cafayate donde tenés suelos pobres y sol todo el día. Acá en Mendoza te encontrás con un poco de sol, nubes que fluctúan, viento zonda y, en el caso de la bodega, cuatro suelos completamente diferentes, que van desde el franco arenoso, al arcilloso. Hay mucho por descubrir y ese desafío me apasiona”, afirma.
Consultado sobre cómo será ese período de transición hasta que haya un punto en común entre el estilo de Casarena y su sello como enólogo, Quiroga Adamo es tajante: su visión es que hable el terroir.
“Es muy simple: creo que yo tengo que interpretar a las plantas y las plantas me tienen que interpretar a mí. Es una simbiosis que se va a ir dando”, apunta.
Respecto de sus planes para el futuro, asegura que va a continuar con el proyecto que inició junto a otros cuatro enólogos amigos y al que bautizaron Mugrón: un blend tinto que pretende sintetizar lo mejor de la vitivinicultura del Norte Argentino y que pronto tendrá su sucesor.
“Voy a seguir viajando a Salta para elaborar mi parte con los muchachos. Es algo que llevo en la piel. De hecho, Mugrón va a ser el próximo tatuaje que me voy a hacer”, adelanta (Quiroga Adamo tiene tatuada la palabra “Tannat” en uno de sus brazos).
“Ahora estamos por sacar una partida de 1.200 botellas de Mugrón Reserva, así que estamos muy felices de poder seguir con esta aventura”, resume.
Pero su gran desafío ahora lo tiene en Mendoza, donde ya está probando barricas y realizando sus primeros cortes.
Consultado sobre si imaginaba el revuelo que se había armado entre los enófilos por su desembarco en Casarena, especialmente en las redes sociales, este joven enólogo, es categórico: “Sinceramente no. En este momento estoy enfocado en hacer el mejor vino posible”.