Todo emprendimiento necesita un golpe de gracia. Tal vez esta ayuda inesperada, ese imprevisible factor de éxito, pueda llegar de manos de un hombre que podría ser declarado “patrono de los emprendedores”. No es otro que José Gabriel del Rosario Brochero.
Quién fue este argentino
Brochero nació el 16 de marzo de 1840 en Santa Rosa del Río Primero, Córdoba. Con 16 años, se trasladó a la capital provincial, y en la universidad trabó relación con destacados personajes de la época, como el futuro gobernador de Córdoba, Miguel Juárez Celman, y el presidente José Figueroa Alcorta. Fue ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1866.
En 1869 fue nombrado párroco del extenso curato de San Alberto, en el oeste cordobés, sobre el valle de Traslasierra. Allí se encontró con algo más de 10.000 habitantes que vivían en lugares distantes, sin caminos y sin escuelas, incomunicados por la complicada geografía de las Sierras Grandes.
Desde la Villa del Tránsito, el Cura Brochero desplegó una misión apostólica que lo llevó a trabajar con igual esfuerzo por la promoción humana de sus comprovincianos. Su lucha por mejorar las condiciones de vida incluyó caminos, acueductos, escuelas, centros de salud y hasta el pedido de un ferrocarril para mejorar el comercio y el progreso de los transerranos.
Un hombre del “hagamos”
Brochero no se quedaba en palabras. Si era necesario, se arremangaba la sotana y abría en 15 días un tramo con ayuda de sus vecinos. De hecho, hizo 200 kilómetros de caminos carreteros uniendo los departamentos de Cruz del Eje, Minas, Pocho, San Alberto, San Javier y Río Cuarto, y otros tantos kilómetros de caminos secundarios. Sembró de escuelas la inmensa parcela de su curato, estableció molinos para el trigo y el maíz, abrió acequias, construyó canales, erigió infinidad de capillas, templos e iglesias. La casa de ejercicios espirituales, donde se daban “los baños del alma”, es considerada su “gran monumento pastoral”. Y fue innovador para la época al abrir un colegio de niñas.
Aparte de reglamentar el correo a caballo y conseguir telégrafo y estafetas para varios pueblos, Brochero no descansó hasta ver aprobada en 1903 la ley nacional 4.267, por la que se autorizó al Poder Ejecutivo a construir la prolongación del Ferrocarril Andino a Villa Dolores, ordenando los estudios para empalmarlo en Soto. Esa obra, finalmente, nunca vio la luz. Su sueño todavía sigue latente.
El cura gaucho tuvo una especial dedicación a los más desplazados: buscaba convertir a los delincuentes, a punto tal que su labor fue reconocida por las autoridades de la época, que observaban la disminución del delito en la región. También dejó todo por los enfermos: murió ciego, sordo por la lepra que contrajo atendiendo a los moribundos.
Al final de su vida, Brochero presintió su permanente huella en esa región del país. “He podido pispear que quedaré para siempre en el corazón de los serranos”, dijo en 1904. Ya convaleciente, escribió a su amigo Juan Martín Yañiz: “Dios me da la ocupación de buscar mi fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo”. Seguro tendrá presente a muchos el domingo que viene.