Eso es lo que cuenta Gándara en Movimiento único, la gran apuesta de Seix Barral para el arranque de temporada, que llegó a librerías estos días con citas elogiosas de Enrique Vila-Matas, Rodrigo Fresán y Juan Gabriel Vázquez, entre otros, y que presentará el sábado, a las 14, en la sala Carlos Gorostiza de la Feria del Libro de Buenos Aires. Los elogios no son para menos, porque se trata de una ópera prima que deslumbra y no solo por la imagen íntima que revela del autor de Los detectives salvajes.
Periodista cultural, corrector de estilo, editor y redactor editorial, Gándara emigró a Barcelona a comienzos del milenio y lo que narra en esta lograda primera novela -ya que hasta la fecha solo había publicado el poemario Sino tu sombra (1995)- es "la historia de muchas pérdidas, me había separado, había dejado el país, murió mi papá y cuatro meses después, Roberto", confiesa.
Ficción y realidad
En todo caso, lo hace en clave de ficción, aunque la autenticidad que rezuma anula cualquier distinción entre hechos reales e invención literaria.
Ficción, porque quien narra en primera persona es Santiago Novoa, un joven periodista cultural en ciernes de Ramos Mejía, cuya vida se pone en movimiento a finales de 1999 cuando le escribe un correo al chileno que había ganado el Rómulo Gallegos. "En una escena aparece un periodista argentino que no lo conoce a Bolaño y se llama Diego. Hago un cameo para dejar claro que se trata de una novela", dice el autor, pero no se engaña porque sabe que lleva razón Vila-Matas, que tras la lectura del manuscrito le dijo: "Suerte que apareces como personaje, porque juraría que el que narra eres tú". Se trata de un desdoblamiento o una máscara que, al trabajar con material sensible, le permitió una máxima sinceridad.
"Intenté trasmitir una experiencia de vida, sacarle algún sentido a ese movimiento", explica. Y el sentido lo encuentra el narrador "en momentos importantes, puntos sin retorno que sin embargo permanecen", dice Gándara, y que tienen que ver con "las palabras y los actos de los otros que nos constituyen". Se refiere, por ejemplo, a un revelador paseo junto a su padre por el cementerio de su aldea natal de Oruense o a la nacionalidad española que le dejó en herencia. Pero también a la ayuda que le brindó Bolaño, cuando pasaba apuros económicos, para que escribiera para un periódico chileno o en sus salvadoras y ya casi legendarias "llamadas telefónicas", para citar uno de sus mejores libros de relatos.
"El Bolaño que yo conocí era sobre todo una voz en el teléfono, no solo el escritor al que me encontraba en público y con el que me apartaba para cruzar dos palabras en privado", confiesa. Llamadas intempestivas a medianoche que "podían ser muy superficiales o muy profundas" y en las que cabía todo: desde fútbol o Gran Hermano hasta la gauchesca, viejas historias de Barcelona, los poetas latinoamericano o turbias historias de la dictadura. En especial, una sobre una afamada escritora argentina que fue amante de un jerarca de la Junta Militar, que había investigado el narrador, por encargo de un editor para una biografía, y que al chileno le fascinaba.
En la novela, Bolaño lo insta reiteradamente a que escriba esa historia de Marina Balcarce (evidente trasunto de Marta Lynch). Y aquí los desplazamientos entre realidad y ficción son tan sutiles como intrascendentes para la cuestión de fondo: "Gándara no llegó a hablar nunca con Massera, pero, al parecer, el almirante le descuelga el teléfono a Santiago Novoa", confiesa el autor.
En todo caso, las llamadas telefónicas del chileno fueron providenciales y no solo por su sentido del humor. "Me llamaba una crítica literaria argentina desesperada desde el aeropuerto y me daba cuenta de que era él, porque la imitaba muy mal", recuerda.
Una de esas llamadas cruciales en la novela transcurre poco después de la muerte del padre del narrador, cuando su pareja lo ha abandonado y lee poemas de Idea Vilariño para regodearse en su dolor. El chileno le recomienda que lea a Borges, "¡el poeta más apolíneo que ha dado nuestra lengua!", que tome los antidepresivos que le han recetado (comprimidos de Argentol, a tono con la morriña del personaje) y, sobre todo, le brinda un consejo que le quedaría grabado. "Me dijo que el amor incluye la fetidez, que no hay que buscar la perfección en el otro ni ser tan implacable, sino que el amor incluye la aceptación", confirma.
Por entonces, Bolaño escribía contra reloj 2666, pero jamás le habló de su enfermedad. "Roberto se estaba muriendo, pero me llamaba preocupado por mi situación. Se bancaba mi lloriqueo amoroso y me daba su apoyo. Con los años ese gesto me parece de una nobleza y una valentía increíbles. Le parecería poco respetuoso o de mal gusto hablar de su enfermedad, como un gaucho", completa Gándara en referencia al personaje de El gaucho insufrible, porque es en la literatura del chileno donde aún se sigue reencontrando con el amigo que conoció.
Plagada de nombres propios y escenas memorables -como el encuentro entre Piglia y el chileno, que en un arrebato Fresán define como el encuentro entre Proust y James Joyce- la novela destila, paradójicamente a través de un estilo diáfano y luminoso, el dolor de una profunda orfandad del protagonista, tras el funeral del Bolaño. "Se escribe ya con el dolor aplacado, con los hechos consumados", dice el autor. Y ese "estilo contenido que se va soltando de a poco forma parte de una novela de iniciación a la escritura". "Es la voz de otro -aclara- que me permitía contarlo todo".
Una voz que rinde tributo al "oficio peligroso", tal y como concebía Bolaño a la literatura. "Si te lo tomás en serio, tenés que andar con cuidado, porque no sabés lo que te jugás. Es como estar en una habitación oscura llena de animales salvajes", reconoce Gándara, aunque ni mucho menos se siente heredero del chileno. "Abre muchas puertas, pero no deja herederos, porque su literatura es única. Pero podemos seguirlo en su compromiso literario, como él lo seguía a Parra", concluye.
Por: Matías Néspolo