Ella tiene sólo 17 años, pero la astucia de un adulto típicamente argentino: "¿Ves?, tengo dos cédulas de mis amigas y tres registros de conducir, truchos, obvio. Con esto entro a cualquier boliche y nadie puede negarme bebidas alcohólicas". Son las 3.15 de la madrugada y la luna llena apuñala el Río de la Plata. Para ella y sus tres amigas de San Fernando y San Isidro recién empieza una noche que terminará cuando asome el día, quién sabe cómo.
La muerte de Matías Bragagnolo luego de una pelea de chicos, hace una semana, las hace mirar un contexto de agresividad que perciben como natural: "Hay chicos que se entrenan toda la semana en el gimnasio para pelearse los sábados. La mayoría son tranquilos, pero a veces hay grupos que les gusta cagarse a piñas", dice Naty, una flaquita extravertida que ya cumplió los 18. "En el Club San Fernando, por ejemplo, los chicos del rugby siempre enfrentan a los skinheads. A veces está bueno: un día pudimos entrar a un boliche gracias al tumulto que se armó en la puerta, donde nos habían rebotado minutos antes".
Más de 40 testimonios recogidos de madrugada por tres periodistas de Clarín, en boliches y bares de Costanera Norte, Recoleta, Los Arcos, Las Cañitas y Pilar, aceptaron que asoma un nuevo problema juvenil, la violencia sin motivos aparentes, casi incomprensible, incentivada por el consumo de alcohol, bebidas energizantes y drogas, y alentado por un esquema de diversión que parece concebido para que el descontrol no tenga responsables. Por supuesto, esto no ocurre todos los sábados ni describe a todos los chicos de mejores recursos. Pero la fortuna de que aún no sea un fenómeno masivo no disminuye la inquietud ante semejantes hechos.
"Cerca de un 80 por ciento de los jóvenes de entre 16 y 18 años resuelve sus conflictos a las trompadas. Muchos terminan con lesiones, y en algunos casos hasta con denuncias policiales. En la última década, la citación de padres a los colegios por enfrentamientos físicos de sus hijos aumentó un 60 por ciento", señala el psicoanalista Fernando Osorio, autor del libro "Violencia en las escuelas". Sin embargo, la profesora de Derecho Penal Juvenil de la UBA Mary Beloff subraya que "la criminalidad juvenil no está medida en la Argentina por métodos científicos serios, por lo que cualquier conclusión puede ser temeraria y se referirá, en todo caso, a percepciones".
Estadísticas parciales ofrecen pistas para entender por qué se repiten los casos de violencia entre jóvenes que, en apariencia, no tienen justificaciones sociales (pobreza, falta de educación, desempleo paterno). Entre 2001 y 2003, el 3 por ciento de las causas penales instruidas en los juzgados porteños tuvieron como imputados a jóvenes menores de 18 años. De ellas, 48 por ciento pertenecía a hogares de bajos recursos y el 52 por ciento, a chicos de clase media y alta. A su vez, un relevamiento realizado el año pasado por la Facultad de Derecho de la UBA junto con UNESCO entre 1.800 profesionales de la educación, reveló que ocho de cada diez asumían no estar formados para manejar situaciones de violencia. Entre ellos, el 75 por ciento trabajaba en colegios privados que asisten a una población de clase media y alta.
En la segunda valla de control de ingreso del boliche Mint, entre el Aeroparque y el río, jóvenes musculosos empujan y gritan para tratar de entrar gratis. No lo consiguen y empiezan a "meterse púa" entre sí:
—El patovica dijo que no vas a entrar porque sos un negro de mierda. Si insistís, te va a sacar del forro del culo.
—¿Cuál? ¿cuál?, decime quién es que lo mato.
—Te va a matar él a vos, enano.
Repetirán escenas parecidas hasta las cuatro de la mañana. Los patovicas miran sin prestarles atención y siguen bebiendo de una latita negra y roja. En sus espalda se lee "Prevención".
Para el psicoanalista Osorio, "en el 70 por ciento de los jóvenes de clase alta que trato en mi consultorio o cuando asesoro a colegios, veo una fuerte creencia de acceso ilimitado a todo lo que quieren, como si todo se pudiera comprar con plata. Esta ideología de la impunidad por lo general se encuentra en familias con padres que dialogan poco con sus hijos, quienes a su vez casi fueron criados por personas ajenas a la familia. La sobreocupación de actividades escolares y extraescolares también potencia ese desencuentro". El experto en prevención de las adicciones Wilbur Grimson pone el acento en que "todo se ha descontrolado básicamente por el consumo de alcohol".
¿Qué efectos puede tener esa falta de contención afectiva? "Seguramente, una alteración en la conformación psíquica de estos jóvenes, que les causa una compulsión irrefrenable de sus impulsos", plantea Osorio. "Esta compulsión los empuja a conseguir lo que quieren a cualquier costo. Así, se exponen inevitablemente a escenarios que lindan con la delincuencia, bajo la tranquilidad que les da su estrato social: no me va a pasar nada". Grimson coincide: "La falta de sanción de estas conductas las termina reproduciendo".
En la búsqueda de antecendentes de estos casos de violencia, otro foco de atención está en la zona Norte del Gran Buenos Aires. Pero los titulares de los Foros de Seguridad de Vicente López, Silvia Saravia y Oscar Pechof, niegan que las peleas adolescentes sean frecuentes allí.
El gerente de uno de los boliches más tradicionales de ese municipio, que pidió mantener su nombre en reserva, tiene otra mirada: "Nosotros apuntamos a un público mayor a 20 años porque hoy los adolescentes son un problema. Cuando nos alquilan para las fiestas de fin de curso les ponemos muchas restricciones porque son muy violentos. Y cuanto más alto es el estrato social más violentos son". Algo parecido opina el ex boxeador Jorge "Karateca" Medina, que tiene un gimnasio en Martínez: "Es difícil ponerles un límite a estos chicos, que tienen a papá que es amigo del juez o del comisario. Uno los domina porque tiene calle, pero son difíciles. A mi gimnasio no vienen grupitos violentos. Si los tuviera los echo".
Como los presuntos agresores de Ariel Malvino, los protagonistas de otro de los casos que Clarín presenta hoy tenían alguna vinculación con el rugby. Mario Barandiarán, encargado de difusión de la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA) rechaza el vínculo de este deporte con la violencia: "Es una espada muy injusta que tenemos en la cabeza. Nosotros hacemos campañas preventivas y cursos sobre primeros auxilios, ingesta de alcohol y consumo de drogas. Desde hace dos años, además, hay menos expulsados y menos incidentes en los partidos. Claro, la nuestra es una comunidad cada vez más masiva, pero eso no quiere decir que toda la gente del rugby sea pendenciera", se defiende.
En uno de los countries más antiguos de Pilar, Clarín se reunió con un grupo de jóvenes que juegan al fútbol en el torneo intercountries y a la noche van a bailar por la zona o, los que ya tienen registro de conducir, a los boliches de la Costanera. "Salimos siempre en grupo y a veces nos agarramos a trompadas", dice uno de ellos, y los demás estallan en carcajadas. Los chicos dicen que no forman una pandilla, y que "si te peleás en la cancha de fútbol, todo queda ahí. Pero si a la noche vas a bailar y te encontrás con los mismos chicos puede ser que no pase nada o que nos matemos a piñas".
Las voces recogidas por Clarín permiten reconstruir el ciclo que muchas veces acaba en violencia:
La noche comienza en casas particulares, pubs de la avenida Del Libertador, Recoleta o Palermo, y maxikioscos cercanos a los boliches de la Costanera. Allí, los chicos consumen varias botellas de cerveza y, sobre todo, mezclan tragos energizantes con alcohol. La vedette hoy es el speed con vodka, que también se consigue en los boliches a cambio de 15 pesos. Los más osados pueden incluir en estas combinaciones algún medicamento euforizante, como antidepresivos.
En la puerta o adentro del boliche, cuando la decisión de pelearse ya fue tomada, estos grupos de chicos suelen enviar a uno "débil" como señuelo para generar una provocación. Una mirada desafiante, la acusación de que "miraste a mi novia" o un simple roce de hombros son las "chispas" más frecuentes. Después, los demás pibes que estaban agazapados a la espera intervienen en la trifulca dejando en minoría al "elegido".
Si la pelea ocurrió dentro de un local, los "patovicas" intervienen de inmediato para sacar a los revoltosos, que a veces siguen peleándose en la calle. Allí, la acción acaba cuando algún chico termina muy lastimado, o cuando interviene la Policía.
Patricio tiene 20 años, le gusta salir a bailar y el sábado pasado estuvo con sus amigos en la zona de Costanera Norte, una hora antes de que allí fuera atacado Matías Bragagnolo. Y dice: """Me tiraste el trago"", ésa es la excusa nueva para generar una pelea. Uno va a bailar tranquilo, pero todo el mundo sabe que puede haber piñas. Eso de grupos de diez contra uno o dos pasa mucho. A mí me pasó dos o tres veces. Una vez en Plaza Serrano porque sin querer le tiré la bicicleta a un pibe, o porque tenía una remera que decía England. Y a veces la Policía y la Prefectura no se meten como deberían".
Claudio Mate, subsecretario de Prevención de las Adicciones bonaerense, aleja otro cliché recurrente a la hora de explicar la violencia juvenil: "Yo no creo que la televisión y la playstation generen violencia. Pero junto a otros factores, sí estoy seguro de que la naturalizan. Esa violencia antes era considerada aberrante, y la aberración es un dique moral de contención que impide pasar de la imagen al acto violento. Ahora vivimos como en un juego virtual, en el que está disociado el acto de violencia —que se vuelve posible— y la sensación de aberración que debiera producir. Esto está pasando fuertemente".
La frecuencia y la magnitud de las golpizas se suma a otros factores de riesgo detectados por los especialistas (consumo excesivo de alcohol o adicciones a drogas que, por ejemplo, causan accidentes de tránsito por exceso de velocidad) para configurar otra estadística bochornosa: mientras los indicadores de salud argentinos son cada vez mejores, la tasa de mortalidad entre los adolescentes bonaerenses se duplicó en diez años. "Es doloroso e increíble, casi todas son muertes evitables. Estamos haciendo varios estudios para intentar explicar esto", acepta Mate.
Con más hechos de violencia y tras la seguidilla de casos fatales, otra de las preguntas que sonaron esta semana fue qué hacer con los adolescentes agresores. En la vereda opuesta a la de Juan Carlos Blumberg, que volvió a pedir la baja de la edad de imputabilidad penal, la penalista Mary Beloff cree que "debemos debatir un sistema especial con una responsabilidad diferenciada para los adolescentes que cometen delitos, orientado hacia la responsabilización y reparación de las consecuencias". Sus palabras, compartidas por la mayoría de los especialistas y legisladores entendidos en temas infantojuveniles, apuntan a no perder el foco sobre el lugar que casi siempre ocupan los adolescentes frente a la violencia: el de víctimas. Según el adelanto para Clarín de un relevamiento de la ONG Periodismo Social sobre las noticias protagonizadas por jóvenes durante el año pasado en los 17 principales diarios del país, "por cada cinco chicos o adolescentes víctimas de violencia hay uno que agrede". Todos sufren las causas que les cierran los puños o terminan abollando sus caras. Todos esperan una respuesta.