¿Se puede vivir comprando solo lo necesario?
13-06-2017 | Sociedad
 Hace un año, dos periodistas pactaron dejar de comprar todo lo que no fuera estrictamente necesario. Su experiencia se transformó en un libro, Deseo consumido, donde relatan ese proceso y reivindican a la gurú del orden Marie Kondo.

 El 31 de marzo de 2016 Evangelina Himitian y Soledad Vallejos firmaron un contrato. Durante un año solo comprarían alimentos, productos de higiene y de limpieza: lo estrictamente necesario; no pagarían por nada más. El frenesí consumista del inicio de clases y los regalos de Navidad habían rebasado sus vasos. Primero por separado y después en dupla, entendieron que necesitaban bajarse. Cuando la conversación se profundizó, sellaron un compromiso. Periodistas al fin, necesitaban contarlo. Y empezaron a transitar una historia que se viralizó en redes sociales, un blog de alta rotación, notas en La Nación (donde trabajan) y el libro Deseo consumido (Sudamericana), que expande la experiencia buceando en el acto de compra, sus fuerzas subyacentes y las injusticas de la cultura del descarte.

En un post del 3 de mayo Soledad escribió sobre el último cajón de la cocina en la casa de su infancia: un purgatorio para las cosas que no se usaban, pero que nadie tiraba porque tal vez algún día sirvieran para algo. "Había réplicas en los distintos ambientes: el lavadero, el aparador del living o el placard de la habitación de mi mamá. Podían ser objetos inútiles, rotos o recuerdos sin importancia ni afecto". El recuerdo privado hacía link con un estudio de mercado que les llegó durante la investigación: el 74% de los 1.193 entrevistados guardaba cosas que no usaba, el 80% reconocía que les resultaba difícil deshacerse y solo el 11% aseguraba estar en condiciones de desprenderse. Los principales motivos: "porque creo que en el algún momento puedo llegar a utilizarlos", "porque me trae algún recuerdo", "porque aunque está roto pienso que voy a arreglarlo", "porque son de un ser querido".

Una semana después, Evangelina reflotó un recuerdo más trágico. En 2013, durante la última gran inundación porteña, su casa vomitó. "Un río corría con fuerza hacia la calle, llevando cientos, miles de objetos hacia el exterior". Cuando quedaban 20 centímetros, "apareció la postal del desastre. Fue ahí cuando caí en la cuenta de que mi casa había quedado alojada en el lecho de un río. Y que todas las cosas que hasta el día anterior habían poblado mi cotidianeidad, estaban ahí expuestas, revueltas, inclasificadas". El trauma dio paso a una reflexión. En cuatro años había acumulado una impensable cantidad de artículos y sin ningún criterio. Justo ella, que nunca se había considerado una persona consumista. En aquella línea de flotación había fotos, cartas, libros, CD, vasos, juguetes, ropa, botellas y los manteles de la abuela. Hubo semanas de caos, semanas de orden y semanas de un descarte que terminó gatillando algo poderoso.

Esas lecturas y esas experiencias se potenciaron a mitad del año pasado, cuando las amigas tuvieron que reconocer que el contrato no alcanzaba. No se estaban minimalizando tanto como querían. Entonces encararon el "desafío Chau Diez": cada día separarían de algún sector de sus casas 10 objetos que alguien podría usar. Los numerarían, guardarían y clasificarían para darles un destino mejor. "Uno tiene tantas cosas -en su armario, en su casa, en su vida- que el proceso no es tan rápido. Cualquier persona que pase un año sin comprarse nada no se va a «desconsumir» al ritmo que espera", avisa Evangelina, que empezó por el baño. "Saqué casi 40 objetos. Más allá de los envases vacíos y cosas vencidas, también encontré toallas, toallones, productos de belleza y maquillaje que no usaba". Después siguió por la cocina: tazas, tuppers enmarañados, utensilios de diseño ocurrentes, pero un poco inútiles. Cajón por cajón, puerta por puerta, volvía a encontrar cosas que ni siquiera registraba.

Al promediar la experiencia, cuando ya se sentía más liviana, recordó su entrevista con la gurú japonesa del orden Marie Kondo: "Le pregunté si el orden era una utopía en la era de la acumulación. La respuesta fue que sí. Que si seguimos acumulando lo que no necesitamos, nuestra casa jamás va a permanecer en orden. Porque lo que hacemos, cuando no nos desprendemos de las cosas que no necesitamos, en realidad es esconder el desorden". Esa enseñanza, en combinación con el desafío, la ayudó a cambiar la forma de mirar su casa, sus cosas, sus necesidades, su cartera y sus deseos. Con la percepción afilada, entendió que necesitaba mucho menos. Y que ahora había lugar, un lujo que no se podía comprar.

Hace un año, dos periodistas pactaron dejar de comprar todo lo que no fuera estrictamente necesario. Su experiencia se transformó en un libro, Deseo consumido, donde relatan ese proceso y reivindican a la gurú del orden Marie Kondo.


Su familia, sin embargo, lo vivió de otra manera. "Al principio no me tomaban muy en cuenta", dice Soledad. "Pero de a poco, cuando le pusimos un freno al ritmo de consumo, hubo algunos conflictos. Muchas cosas de las que había que desprenderse eran jurisdicción compartida". Empezaron a fiscalizarle los objetos que desaparecían. Hubo un "vaso térmico de la discordia" que nunca logró sacar. Seis meses después "sigue en la alacena, sin uso, haciendo una aureola sobre el estante. Una prueba fehaciente de que la decisión de guardar un objeto porque puede servirnos para algo es inútil". Para Evangelina, "tenemos un subregistro del poco uso que les damos a las cosas. El hecho de no soltarlas nos hace vivir atados a algo que no es parte de nuestra foto actual. Son como un lastre que llevamos a lo largo de la vida".

"No es un problema de las cosas, sino nuestro", resumen las autoras, que encaran una hermenéutica de soltar, el concepto que viene inundando de esnobismo las redes sociales. Ellas lo explican así: "Con raíces budistas, es acuñado por distintas corrientes filosóficas, espirituales y psicológicas y sirve para ejemplificar un modo de pensar que implica dejar de lado todo lo que incomoda o causa sufrimiento: desde objetos hasta hábitos, situaciones y personas". Al psiquiatra Jorge Rovner los pacientes lo buscan con la necesidad de reformular esas interacciones. "Hemos sido entrenados en el apego, en la posesión", recuerda. "Todo cambia. Si no aprendemos a soltar, eso nos va a soltar a nosotros. Uno es portador de algo, no su poseedor. Cuando comprendemos estos dos principios, soltar es más fácil". Un aprendizaje que Evangelina y Soledad sintetizan con la conclusión de que "la felicidad es eso que pasa, nos llena y sigue su camino. Muchas veces, en lugar de respirarla hondo y dejarla libre, nos empeñamos en querer comprarla".

Pero subirse a ese concepto también puede resultar inquietante. "Cuando uno empieza a soltar, se vuelve un poco adictivo. Llegás a creer que no necesitás prácticamente nada", confiesa Evangelina, que compartía videos sobre esas casas japonesas donde se vive sobre un colchón, en estado de mudanza permanente. Distinguir qué cosas dejar ir y cuáles van a seguir siendo parte de la vida es un trabajo adicional. A las dos semanas de empezar el desafío, en cambio, Soledad tuvo que redoblar esfuerzos para poder soltar porque "entraban en juego un montón de cuestiones emocionales y también de seguridad personal". Se obligó a un análisis interno profundo de cuán necesarios eran esos objetos en su vida. No era fácil, pero cuando lo conseguía, "el temor y la inseguridad desaparecían en forma instantánea y comprobaba que aquella duda era más un fantasma que una certeza. Sacar todas esas cosas me provocó un gran alivio. El mayor logro fue impedir que entraran objetos nuevos y haber bajado definitivamente el ritmo de consumo".

Un año después -con la experiencia terminada, el blog en el aire y el libro en la calle-, Soledad está convencida de que "cada cosa que tenemos vale 100% por su uso. Si no le damos ninguno, esa prenda, ese vaso o ese juguete no tienen ninguna razón de existir". Para Evangelina también se trató de soltar los autoengaños, de abandonar las falsas percepciones: "La persona que sos no tiene que ver con lo que tenés ni con lo que hacés. Si no tuvieras eso, si incluso no te rodearas con la gente con la que te rodeás, seguirías siendo vos".