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Lunes 29 de Abril de 2024 - Hs
El anarcoliberalismo como terraplanismo económico por Nicolás Dvoskin
21-01
 La hegemonía disputada de la redondez del planeta.Hacia fines de los ’80, el semiólogo Marc Angenot explicó cómo se conformaban en el siglo XIX los consensos sociales, las legitimidades y las cosas “decibles”. A la pregunta que Michel Foucault había lanzado veinte años antes acerca de los regímenes de veridicción, es decir, qué criterios utilizamos en cada momento para juzgar si determinado discurso puede ser catalogado como verdadero o falso, Angenot le agregó una dimensión gramsciana: la hegemonía

La pregunta para este autor sería la siguiente: ¿cómo se conforman los discursos sociales hegemónicos? En este sentido, la posibilidad o imposibilidad de decir o pensar algo depende de correlaciones de fuerza embebidas de un basamento material. Entonces, siguiendo a Angenot, las ideas “decibles” constituyen aquellos discursos sociales hegemónicos en determinado momento, pero esta hegemonía, volviendo a Gramsci, puede disputarse. Hay ideas que entran en conflicto con otras y hay momentos en los que ciertas ideas pueden imponerse y momentos en los que no.

 

A su vez, hay ciertas ideas que son “decibles”, pero que no se suelen decir: aquellas ideas más arraigadas, aquellas que conforman el núcleo de los discursos sociales hegemónicos, no suelen pronunciarse porque es innecesario hacerlo. Si todos estamos de acuerdo en que la ley de gravedad rige, ¿tenemos que explicitar que la validamos cuando decimos que es peligroso saltar al vacío desde un décimo piso? ¿O cuando vemos a alguien a punto de lanzarse e intentamos prevenirlo le decimos “Dado que la aceleración de la gravedad es de 9,8 metros sobre segundo al cuadrado, no te tires porque te vas a lastimar”?

Un fenómeno similar, muchísimo más peligroso en términos de salud pública, es el de los movimientos antivacunas, que han llevado al resurgimiento de enfermedades curables y tratables. Ahora bien, no nos alcanza la explicación de la desconfianza propuesta por el periodista español. ¿Qué hay detrás de estas expresiones pseudocientíficas? Y, sobre todo, ¿por qué decimos que la feroz aparición de violentos discursos anarcoliberales puede ser interpretada como “terraplanismo económico”, por su falta de rigurosidad, su vehemencia y su reproducción -o viralización- por redes sociales?

Las redes sociales y las sociedades enojadas

En los últimos años han cambiado profundamente nuestras formas de comunicación y esto tiene impacto político. La expansión de las redes sociales, las conexiones a Internet en teléfonos celulares y, principalmente, la posibilidad de que los usuarios no solo consumamos información sino que la generemos, compartamos o comentemos, modificó rotundamente lo que entendemos como libertad de expresión. Hace poco tiempo la ansiada “democratización de la palabra” parecía asegurada por el avance tecnológico, sin necesidad de dar una disputa política al respecto. Eso se pensaba en 2011 cuando se escuchaba que las redes sociales habían sido el vehículo para sortear la censura gubernamental en Egipto y Túnez, y así la “primavera árabe” había permitido la caída de dictaduras de larga data. La censura clásica, entendida como la prohibición explícita de ciertos contenidos y ciertas personas, era incapaz de contener las redes sociales.

Sin embargo, ocurrió precisamente lo contrario, y las estrategias comunicacionales de los sectores dominantes se adaptaron para encontrar nuevas formas de incidir en la agenda, precisamente a partir de la sensación de empoderamiento de quien antes se conformaba con comentar entre sus amigos acerca de lo que veía en la televisión lo que ahora puede compartir o retwittear. Ante una economía mundial que vio crecer enormemente la desigualdad en los últimos años, las redes han permitido que los usuarios canalicen estos enojos.

Pero estas tienen algoritmos muy peculiares, que contribuyen a que los usuarios tiendan a vincularse principalmente con otros que piensan parecido. Esto ha permitido, en conjunción con la posibilidad de canalizar las frustraciones y los enojos con un tuit o un posteo en Facebook y alimentado por la posibilidad de esconderse detrás de un nombre falso, el resurgimiento de muchos discursos de odio, tales como los del racismo, la xenofobia, la homofobia o la misoginia.

Estos discursos de odio, violencia y discriminación, sumados a la difusión de lo que hoy se conoce como fake-news -algo que, de hecho, de novedoso tiene muy poco-, han permitido el despliegue de campañas electorales de una extrema derecha que, al contrario de las derechas de las últimas dos décadas, recluidas en el fin de las ideologías, se presenta abiertamente como ideológica, o, lo que es más novedoso, se presenta explícitamente como derecha.

La política retoma un discurso violento a veces contradictorio, donde se conjugan la desinformación, la pretensión de moralidad y la defensa del status quo o de la propiedad privada. Se trata de una actitud abiertamente conservadora y rebelde -o antisistema- al mismo tiempo. En todos los casos, pareciera que esta extrema derecha se vale de la posibilidad de brindarles a los ciudadanos explicaciones simples y externas a los problemas sociales que ellos padecen y que los enojan. A través de las redes sociales se encuentran formas otrora inexistentes de canalizar estos enojos y el racismo, la misoginia y la xenofobia están a mano.

Brevísima historia del anarcoliberalismo

El pensamiento económico de raíz austríaca o anarcoliberal tiene una larga tradición en la historia argentina. Si bien desde la Sociedad de Economía Crítica ya llevamos más de veinte años resaltando la hegemonía neoclásica en las carreras de Economía en prácticamente todas las universidades del país (Sociedad de Economía Crítica, 2010), la tradición del marginalismo austríaco se presenta como una escuela crítica o diferente a la corriente principal, basada en el marginalismo anglosajón o neoclásico.

Precisamente, la principal arma del mainstream, propia de la hegemonización del consenso neoliberal hacia los años noventa, había sido el silenciamiento de la pluralidad de voces en la disciplina, principalmente a partir de la proliferación de manuales de texto en los que la economía aparece como una disciplina sin debates, sin contexto y sin historia. Si la derecha no se reconoce como derecha y los neoliberales no se reconocen como tales, los neoclásicos no dicen que lo son, sino que son simplemente economistas. Anulada la especificidad, también se anula discursivamente la disidencia.

El marginalismo austríaco, el anarcoliberalismo, el ordoliberalismo y el pensamiento económico libertario, por el contrario, siempre se presentaron como ideas alternativas, y esa condición los obligó a explicitar los debates y a, consecuentemente, reconocer las batallas de ideas existentes.

Lo hicieron así los primeros marginalistas del siglo XIX -William Jevons, Carl Menger y Leon Walras, de los cuales el segundo será recordado como el fundador de la escuela austríaca-, enfrentados al mainstream de la teoría de los costos de producción de John Stuart Mill; lo hizo Lionel Robbins en las primeras décadas del siglo XX realzando la importancia de la escasez frente al posible retorno del utilitarismo en el mainstream neoclásico que encabezaba Alfred Marshall; lo hicieron los intelectuales reunidos en el Coloquio Walter Lippmann y después en la Sociedad Mont Pélérin en los años treinta y cuarenta, buscando una respuesta no estatizante a la gran depresión económica global; lo hicieron los principales referentes del marginalismo austríaco, Friedrich von Hayek y Ludwig von Mises en los años cuarenta y cincuenta, enfrentándose políticamente a los Estados de bienestar y teóricamente al consenso neoclásico-keynesiano que imperaba en casi todas las universidades.

La visita de Ludwig von Mises a la Universidad de Buenos Aires en 1959 expresa que la Argentina no estaba ausente de este movimiento intelectual y político. De hecho, el Centro para la Difusión de la Economía Libre fue fundado por Alberto Benegas Lynch (padre) a fines de los cincuenta.

En los sesenta, Estados Unidos será el epicentro del accionar teórico y político a partir de figuras como Milton y Rose Friedman, James Buchanan o Murray Rothbard, nuevamente desde una mirada crítica del sistema económico vigente. No es casualidad que los momentos de mayor exposición de estas ideas se conjugaran con aquellos de crisis económica, y en particular con aquellos en los que esta se manifiesta en una alta tasa de inflación. En la Argentina, el arribo masivo será con el golpe de 1976 y el establecimiento de instituciones privadas que funcionaban bajo la órbita del Ministerio de Economía conducido por José Alfredo Martínez de Hoz.

Algunas de estas instituciones fueron el Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina (CEMA), la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (ESEADE) y la Fundación Mediterránea. La principal función de todas ellas era darle sustento teórico a las propuestas de reforma impulsadas por la rama tecnocrático-neoliberal del gobierno (cfr. Dvoskin, 2014).

Muchas de las políticas económicas sugeridas por estas escuelas efectivamente fueron implementadas entre los setenta y los ochenta, dando pie a la disputa hegemónica propuesta por un neoliberalismo que recién se convertiría en vencedor incuestionable en los noventa. Sin embargo, durante estas dos décadas su retórica siguió siendo la del pensamiento alternativo y la crítica al sistema vigente.

Quizás es por este motivo que el pensamiento anarcoliberal se diluyó en los años noventa, precisamente cuando más vigentes estaban sus propuestas. En los noventa estas ideas no podían disfrazarse de críticas. Los recientemente mencionados centros intelectuales vinculados a estas ideas pasarán a aportarle cuadros de gestión al Estado y a recibir contratos de consultoría o tercerización de las propias políticas económicas.

Precisamente, la hegemonización del discuso social neoliberal, principalmente en las fases que bajo sus propios términos pueden evaluarse como exitosas, anula las posibilidades de difusión de aquellas variantes extremas que necesitan contradecir a Fukuyama y sostener que la historia no ha terminado aún.

El postneoliberalismo y el postpostneoliberalismo

La primera década del siglo dio lugar a una crisis de la hegemonía neoliberal, lo que algunos han llamado postneoliberalismo. En América Latina este proceso se dará incluso antes que en los países desarrollados, donde el puntapié será la crisis financiera de 2008. Sin embargo, la canalización de las decepciones y descontentos sociales encontró un camino despejado en las expresiones de extrema derecha.

Por dar el ejemplo de Europa, en la actualidad la extrema derecha es parte del gobierno en Austria, Hungría y Polonia, y crece fuertemente en prácticamente todos los países del continente (BBC News, 2019). En todos los casos, las campañas electorales hacen eje en sectores populares, principalmente en pequeños poblados o zonas rurales, o en sectores medios y medios-bajos que sufren las consecuencias negativas de un proceso acelerado de concentración de los ingresos, pero que encuentran en la afluencia de inmigrantes y refugiados una explicación más sencilla.

En Estados Unidos, el discurso de Donald Trump presentó a los inmigrantes hispanos como los responsables del alto desempleo en los cordones industriales. En el Reino Unido, el Brexit fue expresión del rechazo de parte de los sectores populares británicos a la llegada masiva de inmigrantes de Europa Oriental. En estos países se popularizó el concepto de alt-right (o derecha alternativa, para distinguirla precisamente de las derechas clásicas).

Frente a un neoliberalismo estándar, implícito, hegemónico, las derechas alternativas son provocadoras, explícitas y contrahegemónicas. En el caso particular de Europa, mientras las derechas tradicionales como las de Macron o Merkel defienden a rajatabla a la Unión Europea, las derechas alternativas tienen como principal bandera el abandono del mercado común o del euro, y en particular de la libre movilidad de trabajadores en la región.

En América Latina, donde las llegadas de inmigrantes no son un tema tan impactante, los ejes discursivos de la extrema derecha son dos. El primero de ellos es la moralidad: el proponer que las crisis sociales se basan en una modernidad carente de valores y buenas costumbres, lo que resalta el rol de la familia tradicional y los embates contra los movimientos LGBTTIQ, la llamada ideología de género y el feminismo, haciendo hincapié en rechazos frente a la interrupción del embarazo, la identidad de género o la educación sexual.

El segundo de ellos, que hace al núcleo de este ensayo, es la exacerbación de la libertad de mercado: la falta de empleo se explica por las altísimas presiones tributarias y los Estados paternalistas omnipresentes. Es necesario hacer brutales ajustes fiscales, despedir a la mayoría de los empleados públicos y privatizar todo aquello que aun esté en manos del Estado. No es casual que en ambas direcciones los términos “comunista” o “marxista” sean considerados como un insulto.

Odio, redes sociales, terraplanistas y anarcoliberales

Estas introducciones fueron necesarias para proponer la hipótesis que se lanza en este ensayo: el enorme crecimiento de la presencia en espacios públicos de discusión, ya sea en televisión como en redes sociales, de referentes y seguidores del anarcoliberalismo, expresa las mismas raíces que el auge terraplanista o las cada vez más frecuentes expresiones de racismo, misoginia y xenofobia: sin basamento científico sólido, se reproducen porque proveen simultáneamente las explicaciones muy sencillas a los pesares que nos toca vivir y las satisfacciones de estar llevando a cabo una acción rebelde, contrahegemónica, antisistema.

En el caso de los jóvenes, históricamente más proclives a la rebeldía intelectual, oponerse a los discursos que censuran la discriminación, al lenguaje inclusivo, a la legalización del aborto o a la redondez de la Tierra o ser un liberal-libertario pueden ser expresiones de una nueva forma de rebeldía frente a un sistema que empobrece, excluye, margina y desestructura. En el caso de los más viejos, las transformaciones de la comunicación permiten ejercer nuevas formas de rebeldía digital y canalizar frustraciones a partir de conjuntos de ideas que permiten hacerlo.

Así, para el caso argentino, proliferan en canales de televisión economistas como Javier Milei, Diego Giacomini, José Luis Espert, Roberto Cachanosky o Germán Fermo. Si bien, excepto Cachanosky, todos ellos realizaron maestrías -e incluso Fermo es doctor en economía-, ninguno se desempeña en ámbitos académicos -por caso, ninguno pertenece al CONICET-, sino que lo hacen en consultoras privadas, y sus dedicaciones académicas son en ámbitos de negocios, economía aplicada o finanzas. Sus propuestas de reforma económica incluyen un brutal ajuste fiscal, con despidos masivos y eliminación de programas sociales y pensiones, absoluta rigidez monetaria, privatizaciones, apertura indiscriminada del comercio exterior y reducción de todos los impuestos (Giacomini, 2019; Espert, 2019). El discurso permanente es que el Estado argentino está sobredimensionado y que los argentinos nos hemos acostumbrado a reclamar su protección antes que a permitirnos crecer y desarrollarnos con las políticas de libre mercado.

Es interesante el hecho de que, siendo la Argentina de 2019 un país gobernado por una coalición de derecha que adhiere casi sin fisuras al ideario neoliberal, todos ellos -con la sola excepción de Fermo- se manifiesten sumamente críticos de la actual gestión. En el caso de Milei y Giacomini, lo son de manera furibunda. Milei llegó a plantear, en una entrevista de fines de 2018 sobre el balance económico del macrismo, que “el Gobierno fue lo peor que le pasó a la Argentina en toda su historia” (Rielo, 2018). Esto no quita que muchas veces coincidan con los funcionarios del gobierno o que la relación con el oficialismo sea debatida. Sin ir más lejos, uno de sus exponentes académicos con bajo perfil mediático, Adrián Ravier, señalaba en una nota de principios de 2018 que “comparar al oficialismo con el mensaje libertario muestra lo moderado del gobierno de Mauricio Macri, que si bien en anuncios y conferencias promueve cierto relativo liberalismo, en la práctica encuentra inacción, quizás por los obstáculos que el libertario muchas veces pasa por alto” (Ravier, 2018).

Este estilo directo, simple y simplista a la vez, ha tenido mucho éxito y repercusión en las redes sociales, al punto de haber configurado una especie de clan entre los adherentes, que se identifican con el emoji de la serpiente de la bandera de Gadsden, símbolo de algunos grupos de independentistas estadounidenses del siglo XVIII que reclamaban, precisamente, la abolición de los tributos a la Corona británica planteando “no me pisotees” con tus excesivas cargas fiscales.

La explicación es simple: si uno tiene problemas económicos, la culpa de todo es del Estado que lo ahoga con cargas tributarias excesivas que utiliza para pagar favores políticos que enriquecen a los funcionarios y empobrecen a los ciudadanos. Así planteado, suena tentador. El Estado como malvado, como engañador permanente, vendría a ser abatido por la difusión de las ideas anarcoliberales, del mismo modo que el sistema científico que nos miente diciéndonos que la tierra es esférica o las multinacionales farmacéuticas que nos engañan para que les compremos vacunas también han de ser abatidas. En el acto de propagación de las ideas contestatarias es donde se ejerce esa satisfactoria rebeldía. ¿Rigurosidad? ¿Seriedad? ¿Tolerancia por la opinión disidente? Serían todas excusas pedidas por los conspiradores para evitar que se sepa la verdad: así como la Tierra es plana, el Estado es el principal obstáculo para el progreso.

¿Cuál sería la diferencia? ¿Por qué afortunadamente la mayoría de la población sostiene que la tierra es efectivamente redonda y las vacunas funcionan, pero no podemos decir lo mismo de los terraplanistas económicos? Pues bien, más allá de que las pretensiones de validez científica de los enunciados en ciencias sociales son mucho más difusas que en ciencias naturales, una explicación puede ser precisamente la relevancia coyuntural de los temas a discutir. Ciertamente, es mucho más probable que a una persona le cueste conciliar el sueño ante la imposibilidad de llegar a fin de mes que ante las dudas sobre la forma geométrica del planeta. Ante una situación acuciante, una respuesta simple y aparentemente precisa nos puede encaminar. Más aún si esta misma respuesta nos permite, al mismo tiempo, canalizar nuestras frustraciones y responsabilizar a un ente externo. Si un asteroide estuviera por estrellarse con el planeta y los terraplanistas dijeran que ellos pueden darnos una solución que es negada por quienes piensan que la tierra es redonda seguramente en el contexto actual habría muchos más terraplanistas. Siguiendo esta hipótesis, la Argentina es un lugar sumamente propicio para que los terraplanistas económicos desarrollen sus explicaciones.

¿Cómo enfrentar esta situación desde la economía crítica?

Como afirmáramos anteriormente, los economistas críticos en América Latina hemos recorrido un largo camino enfrentando a la ortodoxia, y aquellos que nos formamos durante la primera década del siglo XXI hemos atravesado nuestros años de universidad en una región que estaba cambiando, que había atravesado una crisis que la teoría dominante no había podido explicar, y en muchos casos se estaban implementando medidas que estaban fuera del guión de lo que sostenían nuestras currículas. Las carreras de economía, entonces, no solo resultaban insuficientes para explicar las realidades que vivíamos sino que entraban en abierta contradicción con las gestiones económicas de nuestros países, o con parte de ellas. Las universidades parecían quedar aisladas de la realidad con sus modelos abstractos y su falta de consideración de las realidades de los países subdesarrollados. Las currículas se escudaban en una pretendida neutralidad valorativa, en la objetividad de la formalización, en autoasumirse como no ideológicas y no políticas. La tarea crítica, entonces, consistía en desnudar lo específico, lo teórico, lo político que se esconde sin preocupaciones detrás de lo matemático.

Podríamos pensar, en este sentido, que ahora el desafío es más sencillo: por un lado, estamos debatiendo con un contrincante que muestra sus cartas y no se esconde detrás de la pretensión de ausencia de debate; por el otro, las discusiones que se dan entre los terraplanistas económicos y los ortodoxos de siempre pueden llevar a transparentar la postura de nuestros históricos contrincantes. Sin embargo, ahora la discusión académica está atravesada por el debate en redes sociales, y el rol de los terraplanistas económicos es mucho más furibundo, consecuente y atractivo. Estas teorías están empezando a disputarle a la heterodoxia y al pluralismo la seducción de quienes están desencantados con las teorías convencionales. No discutimos con una ortodoxia que no se reconoce como tal sino como teoría a secas, discutimos con una versión de la ortodoxia que se reconoce como alternativa y que, entonces, es capaz de canalizar desacuerdos, frustraciones y disconformidades, algo que antes sólo hacíamos los economistas críticos.

Entonces, ¿qué hacer? Quizás un primer paso sea precisamente este: empezar a enfocar el auge del terraplanismo económico más en su capacidad de influencia y seducción que en su discurso eminentemente económico que, como ya sabemos, no tiene ningún asidero. Se trata de romper con la posibilidad de que ideas tan funcionales al poder sean interpretadas como expresiones de rebeldía, o, peor aun, como expresiones “anti-sistema”. Para ello, quizás, debemos salir de nuestra lógica cotidiana según la cual apelamos a discutir ideas, argumentos, datos y empezar a discutir emociones, pasiones y significados. En este caso, el debate es mucho más político e irracional que científico y racional. Será cuestión de aprender a jugar ese juego, al que la mayoría de nosotros no estamos acostumbrados.

Referencias bibliográficas

Angenot, M. (1989). 1889: un état du discours social. Le Préambule: Longueuil.

BBC News (29 de abril de 2019) European nationalism: a country-by-country guide. Recuperado de: https://www.bbc.com/news/world-europe-36130006

Benegas Lynch, A. (1989). Por una Argentina mejor. Sudamericana: Buenos Aires.

Dvoskin, N. (2014). Los jubilados al mercado. Una genealogía teórica de la propuesta neoliberal de reforma previsional entre los 50 y los 70 y su arribo en Argentina. Cuadernos de Economía Crítica, 1(1), 101-122.

Espert, J. L. (2019). 13 propuestas para cambiar de verdad. Recuperado de: http://13propuestas.com.

Giacomini, D. (22 de abril de 2019). Gobierno y BCRA: manotazos de ahogado condenado a tratar agua. Ámbito Financiero, Buenos Aires. Recuperado de: https://www.ambito.com/gobierno-y-bcra-manotazos-ahogado-condenado-tragar-agua-n5027400

Gramsci, A. (1999). Cuadernos de la cárcel. México: Ediciones Era.

Ravier, A. (17 de enero de 2018). ¿Qué proponen los libertarios y por qué habría que escucharlos? El Cronista, Buenos Aires. Recuperado de: https://www.cronista.com/columnistas/Que-proponen-los-libertarios-y-por-que-habria-que-escucharlos-20180116-0099.html

Rielo, M. (31 de diciembre de 2018). Milei y el 2018 de Cambiemos: ‘El Gobierno fue lo peor que le pasó a la Argentina en toda su historia’ Política Argentina, Buenos Aires. Recuperado de: https://www.politicargentina.com/notas/201812/27876-milei-y-el-2018-de-cambiemos-el-gobierno-fue-lo-peor-que-le-paso-a-la-argentina-en-toda-su-historia.html

Rothbard, M. (2009). Man, economy and state. Alabama: Ludwig von Mises Institute.

Rubio Hancock, J. (2 de febrero de 2018). La tierra plana, una teoría de la conspiración construida con memes y grupos de Facebook. Verne, El País, Madrid. Recuperado de: https://verne.elpais.com/verne/2018/01/30/articulo/1517320204_628910.html.

Sociedad de Economía Crítica (2010). Por un cambio en la formación en Economía. Recuperado de: https://esepuba.files.wordpress.com/2010/05/documento-planes-de-estudio-mdp-20103.pdf

Fuente:
Autor: Nicolás Dvoskin

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