Horacio, el beneficio y el riesgo de estar cerca de Alberto
29-04-2020 | Politica
 - Por Fernando González.El jefe de Gobierno porteño elige el consenso en tiempo de pandemia. Y recibe críticas internas.

Todo está guardado en la memoria, dice la canción. Y mucho más si se trata de la Argentina. El 25 de noviembre de 1984, Raúl Alfonsín tuvo uno de los mayores éxitos políticos de su carrera. Promovió un plebiscito para respaldar el acuerdo con Chile por la disputa en torno al canal de Beagle y la sociedad de la democracia recién restaurada votó el sí en forma aplastante. Ganó con el 82% de los sufragios y el 72% de participación. El peronismo de entonces se declaró prescindente y dos de sus figuras más controvertidas levantaron las banderas del No. El pintoresco Herminio Iglesias, quien ya había sido derrotado en las elecciones para gobernador bonaerense. Y el senador Vicente Léonidas Saadi, quien además facilitó la victoria de los radicales con su participación antediluviana en un debate televisivo con el entonces canciller Dante Caputo que quedó en la historia del marketing político.


Pocos recuerdan que hubo un peronista que sí apoyó a Alfonsín en aquella instancia. Y que incluso apareció en los actos políticos previos al plebiscito. Era Carlos Menem, gobernador de la Rioja, todavía con patillas de 15 centímetros, adepto al poncho cruzado y a los trajes blancos que lograban acaparar la atención. Por derecha y por izquierda, la mayoría de los peronistas lo destrozaron. A Menem le importó muy poco. Se mantuvo sonriente y cerca de Alfonsín hasta que el líder radical perdió el aura. Se despegó a tiempo y, tres años después, se convirtió en candidato del PJ y luego en presidente.


Hay quienes trazan un paralelo entre aquella situación y la que le toca vivir en estos tiempos de pandemia a Horacio Rodríguez Larreta. El jefe del Gobierno porteño se mantiene cerca, a veces muy cerca, de Alberto Fernández. La emergencia del coronavirus? y un manejo prudente en términos sanitarios le han otorgado al Presidente el aura de la aceptación social. Dicen los manuales de la teoría política que, en tiempos de tormenta, mejor no contradecir al que manda. Sobre todo si las encuestas lo abrigan en las primeras semanas.


Desde que el coronavirus tocó la Argentina, Fernández y Rodríguez Larreta establecieron un mecanismo de consulta casi permanente. “Es impresionante lo que labura este pelado”, les ha dicho Alberto a alguno de sus ministros. Horacio tampoco se ha quedado atrás. “Nadie me defendió como me defendió Alberto”, fue la frase del jefe de Gobierno porteño cuando la decisión de anunciar permisos para salir a los adultos mayores se transformó en su primera crisis política severa y el Presidente salió de inmediato a apuntalarlo.


Pero se sabe que los romances duran poco en política. A Rodríguez Larreta no solo lo complicaron los abuelos. La semana pasada también tuvo que echar a dos funcionarios porque la compra de barbijos y el alquiler de hoteles a precios fuera de mercado en medio de la emergencia amenazaban con saltar al estadio crítico de los escándalos. Si algo le faltaba al caldo de cultivo de las intrigas era que el último sábado el Presidente sorprendiera a todos los gobernadores con el anuncio confuso de las salidas para caminar por los barrios, hasta con un par de chicos incluidos. Fundamentalista del diálogo, Horacio cruzó llamados con Axel Kicillof, Juan Schiaretti y Omar Perotti para que la extensión del aislamiento estricto en los centros urbanos no se pareciera tanto a un cruce directo con Alberto al estar acompañado de las provincias más importantes.


La pregunta que se hacen muchos en el equipo de Rodríguez Larreta es: ¿cuánto tiempo podemos estar en sintonía perfecta con el Presidente sin perder perfil opositor propio? El laboratorio de encuestas y focus groups que Horacio consulta en todo momento le indica que no puede mostrarse enfrentado al Presidente mientras la Argentina y el planeta continúen en crisis. Y más allá de las estadísticas, que tantas veces han fallado en política, el “larretismo” acude también al teorema de Baglini, gastado con el tiempo, pero jamás envejecido. El dirigente radical patentó aquello de que, a mayor distancia del poder menor es la responsabilidad con la que se actúa políticamente.


Es que el teorema de Baglini quedó en medio del debate entre los dirigentes de la oposición. Sobre todo, cuando Rodríguez Larreta, lo mismo que los gobernadores radicales Gerardo Morales, Rodolfo Suárez y Gustavo Valdes, aparecieron en la presentación de la oferta del Gobierno para renegociar la deuda con los acreedores privados. Las dos sorpresas del encuentro, que tuvo al ministro Martín Guzmán? como protagonista, fueron el barbijo verde de Horacio y la presencia de Cristina a la izquierda y a la derecha del Presidente.


“Una cosa es acompañarlo a Alberto en la pandemia y otra muy diferente es acompañar una propuesta que tiene grandes chances de terminar en default”, explica uno de los dirigentes importantes de Juntos por el Cambio pero que no tiene responsabilidad de gobierno ni de funciones legislativas. Rodríguez Larreta conocía de antemano la propuesta que iba a anunciar el ministro de Economía. Pero no sabía con certeza que Cristina iba a estar presente y que el Presidente iba a describir la situación actual de la Argentina con el espinoso término “default virtual”.


“Y aunque lo hubiera sabido antes, tampoco podía ausentarse; Horacio siempre fue dialoguista y anti grieta”, lo defiende uno de sus colaboradores. Algo es cierto. El jefe de Gobierno porteño habla permanentemente con los dirigentes más duros de Cambiemos como Alfredo Cornejo y Patricia Bullrich; habla con Elisa Carrió y también habla y chatea seguido con Mauricio Macri. En cambio, la pasa bastante mal en las redes sociales donde el macrismo más ultra lo castiga y lo acusa de ser blando con el Gobierno. La grieta no hace cuarentena.


Tal vez allí se encuentre el punto más sensible de la discusión. Hay quienes creen que el sismo con el que el coronavirus está haciendo temblar al poder alrededor del mundo, podría alumbrar en la Argentina a líderes más pendientes del consenso que de la confrontación. Algo parecido a lo que sucede después de los conflictos bélicos. Pasó en Europa después de la Segunda Guerra Mundial y pasó en estas tierras después de la Guerra de Malvinas.


Un escenario semejante tiraría por la borda los ensayos de Ernesto Laclau, los experimentos de Jaime Durán Barba y les restaría margen a las evoluciones políticas de Cristina y de Macri. Son conclusiones demasiado apresuradas. Todavía falta mucho tiempo, muchos contagios y, posiblemente, muchos muertos para saber cómo emergerán del día después de la pandemia el Presidente, Rodríguez Larreta y tantos otros que tienen por delante el desafío simultáneo de salvar vidas y de reconstruir la economía de un país que ya navegaba a la deriva.